JUNG Y LA SABIDURÍA TOLTECA

Posted by Gustavo Fernández en 14-09-2010

Nostalgia, asombro y entusiasmo intelectual puede ser un cóctel adictivo, un virus recombinante del espíritu que infecte no sólo al portador sino a inmediatos o futuros congéneres. Ya saben, eso de virus recombinante: el malhadado invento de la guerra bacteriológica que une a dos cepas virósicas de modo que si no te mata una, lo hace la otra. Aquí, no hay riesgo mortal pero sí de contraer una patología: la del hambre voraz por el conocimiento. Haciéndome cargo, repaso entonces algunos apuntes de mi último viaje a México, de mi reciente participación en un congreso sobre pensamiento jungiano y retirando la vista de la ventana de este bar porteño donde el inconfundible perfil fálico de nuestro Obelisco hipnotiza a un par de turistas venezolanas de ojos de obsidiana y sonrisa cautivante, enfoco -trato de enfocar- mi atención sobre la notebook, todavía preguntándome si no podría este artículo esperar hasta más tarde.

Y no. No puede. Escribir cuando aún se siente un estremecimiento que tiene mucho de erótico (junguiana tenía que ser la cosa, después de todo) por la Presencia Real de una sincronicidad sorprendente te golpea orgásmicamente. Compartirlo tiene un no se qué de urgencia que desplaza otros imperativos. De todos modos, las hermanas latinoamericanas siguen sonriendo y tal vez estén aún ahí cuando termine de escribir…

Faltaban diez minutos para mi exposición en el VI Congreso Argentino “Carl G. Jung”. Estábamos en pleno acto de apertura, el doctor Antonio Las Heras, el profesor Eduardo Arrainz, el doctor Vicente Rubino y yo. Mi tema era, claro, “Las Danzas del Sol: su relación con el pensamiento junguiano”. Hacía una par de semanas que le había cambiado a los organizadores el tema de aquella, pasando de “La cosmopercepción inkaica y su fusión con el Todo” (de fuerte orientación taoísta. No la “cosmopercepción inkaica“. Mi enfoque, digo) a este otro. Había mentido (casi). No porque creyera más “significativo” el hablar de las Danzas del Sol, sobre las que les he aburrido en otra ocasión (de modo que pueden suspirar tranquilos; no volveré a hacerlo ahora). Simplemente, mi entusiasmo por aquellas me llevaba a querer proponer su exposición a cualquier costo. Pero para argumentar convincentemente, debía tener coherencia con el eje del Congreso. Pensamiento jungiano.

Fue ahí cuando reparé, casi en un destello de “satori“, cuánta correlación evidente había entre la obra del insigne sabio suizo y el objeto de mis desvelos. Pero al pasar los días, pese a construir ordenadamente en mi mente la hilación propuesta, mi Sombra (cuando no) se sentó cómodamente sobre mi hombro derecho, acomodó su cola enrollada a un lado y sosteniendo en alto el tridente (por si trataba de alejarla de un cabezazo lateral) me musitó si realmente me parecía serio y respetuoso (y luego agregó, “coherente”) con el pensamiento de ese maestro lo que estaba haciendo.

Distraído, sopesaba mis dudas y seguía preguntándome si mi elección había sido correcta, si realmente habría que profundizar en mi hipótesis de proponer una síntesis entre la Toltecayotl y el pensamiento jungiano, mientras ordenaba un simple ayudamemoria final cuando la voz del amigo Antonio, quien repasaba instancias de la vida de Jung, finalizaba su alocución recordando que no hace mucho, se celebraba un nuevo aniversario de su nacimiento: un 26 de julio. Entiendo que a nadie le llamó la atención el estremecimiento que me recorrió ni la mirada, entre azorada y feliz, que le dirigí. Un 26 de julio, había dicho…

Un 26 de julio del año cristiano de 1.323 se funda la ciudad de Tenochtitlan, capital de los tenochcas (mal llamados “aztecas”). Tlakaélel nos había enseñado que si así se hubieran llamado, tendrían que haber provenido de un “Aztekacalco” que no existió. Y no de “Aztlán”, mítico también, de donde, en todo caso, habrían salido “aztlanecas”. En su honor, cada 26 de julio comienza una nueva Danza del Sol. Yo había estado allí, el último 26 de julio, bajo una lluvia torrencial, participando con Tlakaélel de un breve pero emotivo ritual en celebración de esa fecha magna, a las 13.15 hs, en momentos en que -por encima del tiempo desastroso- el Sol alcanzaba el cenit.

Y un 26 de Julio había nacido Jung. Seguramente ya habría leído alguna vez el dato, pero francamente no lo recordaba. Que alguien lo dijera en ese momento, a minutos de mi exposición, no sólo disipó dudas: fue, para mí, un inevitable y contundente acto de Sincronicidad, esa relación “acausal” que Jung -junto al físico Wolfgang Pauli- dedicara tanta atención. Recordé que el día que falleció el maestro suizo, tronó en Klüsnacht y en el momento en que exhaló el último aliento comenzó un intempestivo aguacero. Siempre creí que era la forma en que el Todo le decía que sí, que tenía razón en esto de la Sincronicidad y, por extensión, creo que el Todo me susurró en ese momento que estaba en el camino correcto.

De allí el componente “asombro”, del cóctel adictivo del que ya les platiqué.

La “nostalgia” duerme en cada recoveco de mi memoria, y se despierta cuando, husmeando en busca de datos, repaso las imágenes de aquellas Danzas. Y finalmente, el entusiasmo brota incontenible cuando especulo sobre las implicancias de esta asociación de ideas.

Afuera, comienza a caer una tenue pero persistente llovizna. El bar es quizás un poco demasiado “progre”, aséptico de tan limpio, reluciente sus maderas. Tengo un poco de melancolía al recordar tantos mercados donde desayuné, almorcé, cené y al decir de mi amigo Edgar, siempre con tiempo para unas “botanas”. Como aquél mercado de carnes en Oaxaca -otra vez- donde en grupo marchamos alegremente a desayunar… hileras interminables de filetes de carne de res, ensaladas, salsas y una pléyade de guarniciones que en las costumbres culinarias argentinas ocuparían varias cenas opíparas, mientras a nuestro alrededor el griterío, el crepitar de las frituras, los humos y olores de decenas de cocineros y comensales mezclados en caótico des-concierto desorientaban mis sentidos.

Aquél mercado oaxaqueño...

Aquél mercado oaxaqueño...

Pero aquí, el cielo se ha cubierto y hay un clima de tango flotando en el ambiente. Las venezolanas conversan muy animadamente sobre algo que parece generarles ansiedad y yo me pregunto si no podría ser un poco más formal conmigo mismo y enfocar mi mente en este derrotero junguiano en lugar de las sugestivas curvas latinoamericanas. Pero sé que desde algún incognoscible Parnaso, Jung se debe sonreír con displicencia. Esto -me consuelo- también es ser junguiano. Erotizar la vida en cada instante, no por la mera implicación sexual de la palabra sino en su sentido mitológico más profundo. Eros, dios de la Vida y el Amor, en permanente oposición, a veces conflictiva, en ocasiones complementaria, con Thánatos, dios de la Muerte y la Destrucción. Por ello mi amigo Antonio Las Heras siempre señala la importancia de distinguir la “psicología junguiana” del “campo junguiano”, que es de lo que en verdad deberíamos hablar. Ser-siendo junguiano, implica una actitud de vida. Implica erotizar cada momento, beber de la ambrosía de la existencia con avidez. Disfrutar epicúreamente tanto de una reflexión filosófica como de aquella tlayuda oaxaqueña…

Un placer en sí mismo. La tlayuda (sobre cuyo oscuro nombre nadie pudo informarme nada, y en lo personal hipotetizo que, en virtud de su gigantismo, debe ser el resultado que, para “tlagar” hay que pedir “ayuda”) es una monstruosa tortilla dentro de la cual se superponen orgiásticamente los más variados ingredientes: trozos de cerdo, chiles, aguacate, tomate,queso, nueces, trozos de res… Todo abundantemente –como corresponde- bañado en salsas picantes que hacen de este plato, ícono gastronómico de Oaxaca, de la bella y colonial Oaxaca, tierra de mujeres bellas de piel aceitunada, un Everest a conquistar en el almuerzo.

La “tlayuda” –pronunciese “tlaiuda”- en toda su dimensiòn….

La “tlayuda” –pronunciese “tlaiuda”- en toda su dimensión...

¿Dónde está Jung?

Aún para quien haya incursionado en cierta hondura de la sabiduría tolteca (la Toltekayotl) hallar pistas del pensamiento junguiano puede ser más arduo que encontrar a Wally. De modo que resumiré en forma de glosario el primer ámbito de debate: haber encontrado dentro del idioma nahuatl palabras (conceptos, en puridad) absolutamente asimilables con el pensamiento junguiano. Luego, hablaremos de cómo el modo de vida y de reflexión -uno, expresión cuatridimensional del otro- del practicante de Toltekayotl expresa admirablemente aquél pensar, comprobación que más importancia da a la obra de Carl Jung toda vez que sabemos de sus estudios orientalistas, sobre pensamiento judaico, Kabballah y Alquimia, sobre sufismo y leyendas gaélicas o vikingas pero nunca sobre la sabiduría de los pueblos originarios americanos.

MACUILCAN: Se traduce como “la esencia de lo que soy”. Es el conjunto de características psíquicas únicas y personales. Es, entonces, el Inconsciente Personal o Inconsciente Individual.

IXCAN TOTONATZIN: Se traduce como “lo que de todos está en mí”. A todas luces, se corresponde con la idea del Inconsciente Colectivo.

TLOKE NAHUAKE: “Lo que está cerca y lejos”. Refleja tanto la relatividad del tiempo y el espacio, como el concepto que la distancia en este mundo puede no ser la distancia en otros planos. Encierra, en sí, la multidiversidad de la Relatividad espaciotemporal y el concepto de la Sincronicidad.

MOYOCOYANI: “Lo que ha sido, lo que es, lo que será”. Trascendiendo un limitado concepto junguiano –limitado por el título de este trabajo, no por su condición intrínseca- pero sabedores de la pasión de Jung por estudiar la Kabballah judaica y su riqueza filosófica… ¿cómo negar en este término la contudencia omnipresente de aquél YHWH, aquél Yavé que dice de sí mismo “Yo soy el Que Soy”? Si al parecer del gran suizo la Kabballah codificaba conocimientos arquetípicos del Inconsciente Colectivo, el concepto de Moyokoyani ratifica esa percepción.

DIOSES: Ah, dioses!. Desde la escuela primaria, se nos ha alimentado con la creencia “científicamente aceptada” de que los ancestros tenían múltiples dioses. Para cada día de la semana, para cada mes del año, para cada necesidad, para cada enfermedad, para cada miedo, para cada sueño, para cada fenómeno natural… Saltando de un lado al otro del Universo como chapulines cocainómanos respondiendo a los pedidos o sacrificios de los humanos… Bueno, ya sabrán que son los chapulines, esos saltamontes que en el Yucatán prehispánico suplía la carencia proteínica de la falta de ganado en pie –porque difícil tenerlos en la selva- por el valor altamente nutritivo de estos insectos. Hoy, son una golosina extendida por toda Centromáerica: asados, sazonados con chile, con ajo, con especias, dulces o salados, rociados con limón, se venden en pulñados que se comen golosamente. No saben mal, por cierto, pero en lo personal prefiero los “jumiles”, esos pequeños y salados escarabajos que se comen vivos, deslizándolos en el gañote y sintiendo como corren sobre la lengua, entre los dientes, sobre el paladar… Aunque, puesto a elegir, nada más rico que aquellos añorados gusanos del maguey, alimentados a pura sal durante unos días, tostados sobre el comal…

Chapulines en un puesto de mercado, listos para el consumo.

Chapulines en un puesto de mercado, listos para el consumo.

Jumiles

Jumiles

Gusanos de Maguey

Gusanos de Maguey

Pero de dioses estábamos hablando. Ya lo hemos explicado hasta el hartazgo: los toltecas eran monoteístas. ¿Y de dónde –preguntarán ustedes- la confusión? De la ignorancia de aquellos primeros frailes en traducir adecuadamente el concepto Teotl (“esencia cósmica” o “esencia divina”) por “dios” (dado su parecido fonético con el “teos” griego), sumado a la simpleza de esos curas, incapaces en su fe –o fanatismo- de aprehender el concepto trascendente que aquí he de exponer. Y porque tiene una doble e importante implicancia: reflejan las imágenes arquetípicas innatas en la naturaleza humana, y porque cumple el sincronismo de un orden numerológico, que refleja en la aritmética ese principio ordenador: el Uno que se transforma en Dos para manifestarse, pero crea a través del Tres que al bajar su vibración a lo humano es un Cuatro lo que, sumado, da un Siete, expresión pitagórica de la Perfección. O del Camino a la Perfección, si hemos de ser exactos.

Un solo Principio Ordenador del Cosmos. Fíjense que la Toltequidad no habla de “dios”. Ipalnemouani, “Aquello por lo que existimos”, también llamado “Moyokoyani”, “lo que siempre ha sido, es y será”. Pero es “lo”, no “Él”, y no es un dato menor… En lo personal, creo que ese Principio Ordenador Inteligente No-Dios está expresado admirablemente en la esencia de la Geometría Sagrada. Y la existencia de ese principio ordenador cósmico es utilizado por la Mexikayotl[1] en la vida cotidiana

Pero, ¿cómo? Es decir, ¿cómo podemos proyectar en nuestra vida, cristalizar en el accionar cotidiano el Principio Ordenador? Porque es obvio que no podremos trabajar la armonía en la vida de los demás si primero no podemos trabajarla en la propia. Y según la Toltekayotl, la manera de hacerlo es sencilla: sostener, por sobre todas las cosas, la palabra dada a nuestro hermano (espiritual). Luego, vivir la Toltekayotl.

Bien, regresemos a Ipalnemouani. Que es increado e inmanifestado. Por ello, para manifestarse en la Naturaleza, se desdobla en una dualidad femenina-masculino: Ometeotl. Ome (dos) Teotl (esencia cósmica). Esta palabra fue malamente traducida por los frailes como el “teos” griego, como “dios”, y de allí a interpretar los “dioses” antropomorfos como deidades, un solo, erróneo, paso. Porque Ometeotl es Ipalnemouani en Acto. Como tal, no puede actuar sobre el ser humano, sino a través de la mónada de sí mismo que duerme en cada uno de nosotros. Esa mónada[2] debe ser a su vez el desdoblamiento de Ometeotl, en cuatro esencias: Quetzalcoatl (la Inteligencia), Tezcatlipoca (la intuición y fuerza del inconsciente, porque de qué nos sirve la inteligencia racional si no es acompañada de intuición, sentimientos), Huitzilopochtli (la voluntad, porque de qué nos sirve la inteligencia y la intuición si carecemos de voluntad) y Xipec Totec (la acción creativa, porque de qué nos sirve inteligencia, intuición y voluntad si no creamos en el mundo todos los días). De donde se deduce otra enseñanza de la Toltekayotl:

“El hombre no viene al mundo para creer. Viene para crear”.

Estas cuatro teotl –esencias cósmicas- son despertadas –y lo que es más importante, mantenidas despiertas- con el ejercicio diario de la Toltekayotl. Y por la acción creativa –como sea entendida- constante: es Ehecátl en acción. Ehecátl, equivocadamente entendido como “dios del viento”, un reduccionismo simplista y absurdo. Porque Ehecátl es Quetzalcoatl Ehecátl, actuar inteligentemente-, es el “Ruah Elohim” del judaísmo, son los tres soplos sobre las hojas de coca antes de formar el acullico en los rituales inkas, queshwas y aymaras. Expresión simbólica del poder vivificante de la palabra. Porque al hablar, creamos las formas-pensamiento que seguirán existiendo en planos sutiles aunque no hagamos realidad nuestra palabra, pero quizás degenerándose. Por lo que es tan importante cumplir la palabra dada, en un mundo donde se habla mucho, mucho más, que lo que se hace.

¿Entonces –preguntarán ustedes- por qué esa representación antropomórfica? Y la respuesta es: no se fijen tanto en la representación antropomórfica que está hecha para recordarnos que su naturaleza está en el hombre, sino para fijar nuestra atención conciente en toda la simbología, sobrecargada y hasta barroca, de que están atribuidos. Y ello porque, en conjunto, fungen como un mandala (¡caro concepto para Jung!), cuya contemplación dispara, detona, activa condiciones innatas y preexistentes en la naturaleza humana. ¿Cuáles?, precisamente los “teotl” que duermen en cada uno de nosotros. Pues, como sabemos ya, un “teotl” no es un “dios”, es una “esencia cósmica”, una mónada divina dormida en la naturaleza finita y mortal de nuestras vidas.

De allí deviene que si la contemplación de estas figuras activa la naturaleza asociada, bien podremos –y recomiendo- imprimir y ampliar estas figuras, disponerlas en lugares visibles, quien tenga habilidades pictóricas realice lienzos y telas; como monjes budistas trabajando con arenas de colores el delineado de un mandala en el suelo, su visualización es un ejercicio de trascendencia. Y disponer los actos de nuestra vida de manera que formen una imagen estéticamente armónica en su conjunto, es parte de la belleza de las acciones cotidianas. Con la gracia misma con que aquella cocinera de Tepoztlán presentaba su plato de huazontle, esas hierbas deliciosas, ricas en hierro y vitaminas, y con todo un arte para ser degustadas…

huazontle

huazontle

Este será uno de los pasos para despertar el Guerrero Interior (la meditación, no devorar huazontles, aunque habría que hacer la prueba). Porque es necesaria la Inteligencia, pero es fría y manipuladora cuando no la acompaña la intuición que nace del inconsciente, de ese Tezcatlipoca, que significa “espejo de obsidiana humeante”, porque al igual que si nos observamos en una lámina de esa roca volcánica cubierta por el tizne del humo apenas intuiremos si el rostro que nos devuelve es el nuestro (de la misma manera que apenas intuimos lo que duerme en lo profundo de nuestro Ser). Pero con Inteligencia e Intuición estamos en problemas si es lo único que controlamos de nuestra naturaleza, pues necesitaremos la Voluntad para desarrollarlas. Y sin embargo, ¿de qué sirve la Inteligencia, la Intuición y la Voluntad si no las ponemos a disposición de las Acción creadora que es la que permite cambiar el mundo?

Para la Tradición Ancestral, el Tiempo no es lineal; es circular. Es decir, en la perspectiva occidental y judeocristiana estamos culturalizados a ver al Tiempo como un segmento. Nuestra vida comienza en un punto y finaliza en otro. Hoy estamos –según esta aproximación- parados aquí, en un punto “X”. Y sólo podemos recordar algunos puntos inmediatamente anteriores de esta recta –los más alejados “hacia atrás” se diluyen en el recuerdo- y quizás el inmediato siguiente.

Pues en la perspectiva tolteca, el Tiempo es un círculo. Estamos aquí, en este punto “X”, pero por ser el segmento de nuestra vida un círculo que vuelve al comienzo (la serpiente Uroboros, aquella que se muerde la cola), desde este “aquí” puedo observar cualesquiera de los otros puntos de ese círculo.

Tiempo lineal. El punto rojo es el “aquí y ahora”. Desde allí, apenas si podemos ver el punto inmediato anterior (naranja, el “ayer”) donde todo lo previo es un recuerdo cada vez más infuso, más borroso, o el “mañana” (punto azul). Todo lo que está más allá, todo lo que está antes de ayer, está oculto por estos puntos inmediatos…

Tiempo lineal. El punto rojo es el “aquí y ahora”. Desde allí, apenas si podemos ver el punto inmediato anterior (naranja, el “ayer”) donde todo lo previo es un recuerdo cada vez más difuso, más borroso, o el “mañana” (punto azul). Todo lo que está más allá, todo lo que está antes de ayer, está oculto por estos puntos inmediatos…

Pero en el Tiempo Circular, desde el “aquí y ahora” (punto azul) podemos ver claramente cualquier punto del círculo de nuestra tiempo de Vida.

Pero en el Tiempo Circular, desde el “aquí y ahora” (punto azul) podemos ver claramente cualquier punto del círculo de nuestro tiempo de Vida.

Sopa Azteca

Sopa Azteca

La “sopa azteca” es una delicia. Una sopa donde, también, cabe de todo, desde tomates a trozos de res, desde chiles a trozos de tortilla de maíz, navegando en un caldo de pollo o frijoles, lo mismo da. Pero muy, muy roja. Deliciosa. Como, quizás, esta mezcla de ideas, reflexiones, divagues, enseñanzas y apetencias carnales. Todo muy junguiano, por cierto. Pero eso también es parte de la cosmovisión tolteca, que anticipó miles de años “El Secreto”, a Deepak Chopra y buena parte de las obviedades de la New Age.

NEMONTENI: Los cinco días del No Tiempo, del Tiempo fuera del Tiempo. Los cinco días necesarios para completar el calendario de 365. Eran días de meditación, de reflexión, de cesar en las actividades mundanas y recogerse. Sin embargo, no era una mera formalidad calendárica. Siendo días donde se recomendaba meditar sobre las esencias de Teotl (ya saben, Quetzalcoatl, Tezcatlipoca y demás) era realizar el “nemonteni” dentro del espíritu de cada uno, de cada una. Pero, ¿qué significa la traducción literal de esta palabra? Pues… “se vive para completar lo vivido”. Y, ¿qué es el Proceso de Individuación junguiano, sino eso?

 Gustavo disertando en la mesa de Apertura del Sexto Congreso Argentino “Carl G. Jung”. A su lado, el doctor Vicente Rubino, el doctor Antonio Las Heras y Eduardo Arrainz

Gustavo disertando en la mesa de Apertura del Sexto Congreso Argentino “Carl G. Jung”. A su lado, el doctor Vicente Rubino, el doctor Antonio Las Heras y Eduardo Arrainz

Gustavo durante su exposición sobre las Danzas del Sol y su relaciòn con el pensamiento junguiano

Gustavo durante su exposición sobre las Danzas del Sol y su relación con el pensamiento junguiano

Encontrar palabras en nahuatl cuyo significado refleje el pensamiento junguiano es, qué duda cabe, alentador. Señala, tanto que quienes adherimos a esta escuela de pensamiento sumamos una nueva ratificación de nuestros decires, como es la señal prístina que apunta que toda práctica espiritual en sintonía con esos Principios Arquetípicos produce un efecto sensible en nuestra naturaleza que va más allá de la fe, la superstición o la autosugestión.

Dejo en suspenso el teclear mi laptop, mientras la llovizna cesa. No puedo evitar repetirme que, a esta altura de las cosas, no se trata de encontrar respuestas, sino, una vez más, saber hacer las preguntas correctas. Y hacer algunas propuestas, como sugerir explorar hasta las últimas consecuencias el pensamiento junguiano para alimentar a partir de él la Toltecayotl. Así como practicar, con más intensidad aún, la Toltecayotl. Y pese a que admití no buscar respuestas, acabo de observar que se ha presentado una que acude como un eco a mis preguntas allá, una noche, al calor del fuego sagrado de las Danzas, mientras hacía mi turno de guardia: ahondar este sendero, colocarlo al alcance del común de la gente, explorar sus facetas más esotéricas. El día sigue. Fuera de la ventana, el Obelisco brilla.

Y las venezolanas se han ido.


[1] Mexikayotl, “Sabiduría Mexika”. No hay que cometer el error de pensar el término “mexicanidad”, como se emplea en nahuatl, como equivocadamente lo “lee” el pensamiento occidental. Así, algunos suponen que al hablar de “mexicanidad” estamos haciendo referencia a la cultura de UN país: México, quedando entonces ese saber circunscripto al tequila, virgen de Guadalupe, mariachis… desconociendo que “Me-xi-co” era un grito espiritual que se perpetuó como nombre de un país post colonial. En efecto, me-xi-co significa “ombligo de la luna” o “del planeta” (según los autores), y la etimología de mexika es “ciudadano planetario”. Por lo tanto, todos somos mexicas.

[2] Quien quiera ver en el empleo de esta palabra un eco de la filosofía de Leibnitz… tendría razón.

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