CUENTO DE HADAS PARA LOS NIÑOS DE HOY
Por la Prof. Silvia A. García*


Ligados a la religiosidad, la magia y los ritos de iniciación de comunidades más arcaicas, los cuentos de hadas se originaron en países muy diversos. Su difusión y continua reelaboración en la tradición popular está relacionada con arquetipos transculturales. Este origen popular y su perdurabilidad en el tiempo parecen abogar por sí mismos a favor de estos cuentos. Sin embargo, siempre fueron un tema controvertido.
Lo conflictivo de sus temáticas y la crueldad con que las abordan las versiones originales, su origen extranjero, la profusión de personajes aristocráticos y ciertos roles sociales estereotipados han sido objeto de crítica durante algunas décadas. Por último, los cuentos de hadas fueron blanco de quienes con toda justicia buscaban romper una larga y pesada herencia de didactismo en la literatura infantil, dentro de la cual los géneros tradicionales fueron utilizados con fines moralizantes.
Más allá del valor crítico de ciertas lecturas contrarias a los cuentos de hadas, conviene destacar la complejidad de todo hecho estético, que se resiste a ser abordado desde una sola perspectiva, por legítima que ésta parezca. La distancia existente entre la realidad y la representación estética, las exigencias de género literario y el hecho de que los textos artísticos sean portadores de múltiples informaciones en diversos planos, hace necesaria la revisión de su lectura, evitando todo reduccionismo.
Recordemos que durante el mismo período en que eran criticados, también se alzaron voces que defendían el aporte de estos cuentos al desarrollo de la imaginación infantil y a la elaboración de temores propios de las distintas etapas del crecimiento del niño. Finalmente, a la coincidencia entre el tipo de pensamiento que subyace a estos cuentos y el pensamiento infantil, se sumó como argumento en defensa de estos cuentos la simplicidad de su estructura narrativa, que los hace fácilmente aprehensibles desde el punto de vista intelectual.
Teniendo en cuenta el éxito editorial que estas narraciones tienen en la actualidad y, por lo tanto, el nuevo impulso que cobraron en la difusión social, se hace oportuno volver a pensar en ellas desde el lugar de los adultos que somos en la actualidad y desde el niño que fuimos y alguna vez se disfrutó de poder ingresar al mundo mágico de las hadas.


Bruno Bettelheim (1903-1990)
En la Introducción a su Psicoanálisis del cuento de hadas, Bruno Bettelheim afirma: “si deseamos vivir, no momento a momento, sino siendo realmente conscientes de nuestra existencia, nuestra necesidad más urgente y difícil es la de encontrar un significado a nuestras vidas”.
A lo largo del crecimiento de los niños son necesarias múltiples experiencias que le ayuden no sólo a comprender el mundo de los objetos que lo rodean sino a comprenderse a sí mismo, haciéndose capaz de comprender mejor a los otros y de relacionarse con ellos e un modo mutuamente satisfactorio y pleno de sentido.
Encontrar sentido a la vida tiene que ver con no sentirse a merced de los caprichos del destino y, en cambio, lograr percibirse a uno mismo como alguien satisfecho consigo y con lo que hace o lo que puede llegar a hacer en el futuro. Estos sentimientos positivos nos dan fuerza para desarrollar nuestra racionalidad y para sostenernos ante las adversidades con las que, inevitablemente, nos encontramos.
Este autor señala que, en su experiencia como educador y terapeuta de niños perturbados, su principal tarea consistió en lograr que éstos encontraran algún sentido a su vida. A lo largo de esta experiencia, descubrió el potencial de los cuentos para ayudar a los niños a elaborar sus miedos y conflictos afectivos, a crear identificaciones positivas y formar referentes que les brinden seguridades en su proceso de maduración.
De todos los tipos de cuentos con los que trabajó, encontró que los cuentos de hadas son especialmente adecuados para los chicos, ya que como verdaderas obras de arte, llaman su atención porque son capaces de divertirlo, excitar su curiosidad, estimular su imaginación, y enriquecer su vida, ayudándolos a desarrollar su intelecto y clarificar sus emociones y ya que abordan las ansiedades y aspiraciones de niño, lo hacen plenamente consciente de las dificultades que supone vivir y le ofrece soluciones a los problemas que le inquietan.
Añade que, aunque en los cuentos populares de hadas no hay nada que enseñe a vivir en nuestra sociedad contemporánea, ya que fueron creados mucho antes de que las actuales condiciones de vida existieran, se puede aprender mucho de ellos, acerca de las condiciones interiores del ser humano.
Estos cuentos hablan de los fuertes impulsos internos de un modo que el niño puede comprender inconscientemente y le ofrecen ejemplos de que las dificultades que lo apremian son superables.
Según Bettelheim, éste es el mensaje que los cuentos de hadas transmiten a los niños de diversas maneras: “la lucha contra las serias dificultades de la vida es inevitable, es parte intrínseca de la existencia humana, pero si uno no huye, sino que se enfrenta a las privaciones inesperadas y a menudo injustas, llega a dominar todos los obstáculos alzándose, al fin, victorioso.”
Esto no significa fomentar la pasiva aceptación de la realidad. Por el contrario, los cuentos de hadas enfrentan al niño con realidades duras, que constituyen conflictos humanos básicos.
Muchas de estas historias comienzan con la muerte de la madre o el padre (como Blancanieves y El gato con botas), o con una forzosa separación del niño y sus padres (como Hansel y Gretel), estas situaciones generan angustias profundas ya que dejan al protagonista en estado de desprotección.
En otros, un anciano padre decide que ha llegado el momento de que sus hijos tomen las riendas de su vida, pero antes de que esto ocurra, el sucesor del padre tiene que demostrar que es digno de ocupar su lugar, sorteando diferentes pruebas (como en las distintas versiones de Las tres plumas). Otros tratan temas como la necesidad de ser amado y el temor a ser despreciado (como Cenicienta). En muchos de ellos se abordan problemáticas relativas a la maduración sexual (como en Juan sin miedo, que sólo pudo ser feliz cuando su mujer logró hacerlo temblar de miedo durante la noche de bodas y en la cama), las relaciones edípicas entre padres e hijos (como Piel de Asno, Blancanieves, etc.), los impulsos fratricidas (como en Cenicienta), etc.
Se trata siempre de profundos conflictos internos que se originan en nuestros impulsos primarios y nuestras más violentas emociones humanas, a las que el niño está sujeto. Incapaz de expresar en palabras esos sentimientos, puede sugerirlos indirectamente: miedo a la oscuridad, a algún animal, angustia respecto del propio cuerpo.
El cuento de hadas toma estas inquietudes muy en serio, externaliza estos procesos internos y los representa por medio de personajes que, en la mayoría de los casos, carecen de nombre: el rey y la reina son sustitutos simbólicos del padre y la madre; el príncipe y la princesa, del chico y la chica; el menor de los hermanos, un pobre molinero, etc., son las formas de mencionar a los más pequeños y humildes, a quienes estas historias otorgan seguridad, mostrándoles que para ellos es posible llegar a un final feliz. Los cuentos que no hablan de ningún personaje en especial sino de tipos sociales, hablan de todos nosotros, de nuestros miedos, nuestras fortalezas y nos alientan a vivir.
La forma en que estos cuentos presentan las situaciones conflictivas, responden plenamente a la mentalidad infantil. Prácticamente en todos los cuentos el bien y el mal toman cuerpo y vida en determinados personajes y sus acciones, del mismo en que están también omnipresentes en la vida real y cuyas tendencias se manifiestan en cada persona. Esta dualidad plantea un problema moral y exige una batalla para resolverlo.
Por otra parte, dice Bettelheim, “no carece totalmente de atractivos –simbolizado por el enorme gigante o dragón, por el poder de la bruja, o por la malvada reina de ‘Blancanieves’- y, a menudo ostenta, temporalmente, el poder.
En la mayoría de los cuentos el usurpador consigue, durante algún tiempo, arrebatar el puesto que, legítimamente corresponde al héroe, como hacen las perversas hermanas de Cenicienta. Sin embargo, el hecho de que el malvado sea castigado al terminar el cuento no es lo que hace que estas historias proporcionen una experiencia de educación moral”.
El autor destaca la importancia de la convicción de que el crimen no resuelve nada, implícita en los finales de estos cuentos. Desde este punto de vista es importante que, en ellos, los personajes no son ambivalentes: una hermana es buena, honrada y trabajadora, la otra, es todo lo contrario, un hermano es listo y el otro es tonto, etc.
Esta polarización permite al niño una fácil comparación entre ambos y le permite establecer identificaciones positivas. Algunos cuentos de hadas son amorales, como El gato con botas o Jack y la habichuela gigante.
Estos cuentos no pretenden establecer una distinción del bien y el mal sino mostrar al niño que hasta los más humildes pueden triunfar en la vida.
Otra característica del pensamiento infantil a la que se adaptan muy bien estas historias es el animismo. En la mente del niño no es clara la división entre los seres animados e inanimados y, por otra parte, cualquier cosa que tenga vida, la tiene igual que los seres humanos. El niño está centrado en sí mismo y puede esperar que los animales le hablen como él habla con sus animales de verdad o de juguete.
Es natural, para él, que los animales puedan guiar al héroe en los cuentos de hadas, que los hombres puedan convertirse en animales y viceversa. En cambio las historias realistas, que presentan el mundo desde el punto de vista racional del adulto van en contra de la experiencia del niño.
En nuestra vida adulta, algunas características del cuento de hadas, como la intemporalidad, la indeterminación de la ubicación espacial, la omnipotencia mágica, el animismo, etc., sólo vuelven a aparecer en los sueños y en algunas manifestaciones artísticas. Del mismo modo en los adultos sabemos que una obra de arte no “refleja” mecánicamente la realidad sino que toma una porción de ella y la elabora según sus propias reglas, el niño que se familiariza con los cuentos de hadas sabe que éstos le hablan de problemas reales, como la imposibilidad de algunos padres de mantener a sus hijos, o una niña que debe ir sola hasta la casa de su abuela, pero no lo hacen con el lenguaje de la realidad. Estos relatos apelan al lenguaje simbólico.
Esta característica es compartida con otros géneros literarios, como el mito, la leyenda, la saga y la fábula, con los que se halla emparentado históricamente en diversas culturas. De hecho, los cuentos maravillosos de origen anónimo y colectivo se hallan distribuidos en todos los países del mundo con sorprendente uniformidad.
Como señala Cooper (1998) “cada país tiene sus propias tradiciones en todo lo relacionado con lo sobrenatural: con hadas buenas y malas, con gnomos benefactores o maléficos, con genios y poderes que debidamente controlados realizan maravillas pero si no se controlan, pueden resultar peligrosos”. Y agrega que la popularidad que han tenido estos cuentos en todo el mundo y en todas las épocas demuestra que tienen mucho que brindar tanto al niño como al adulto. Pero aunque son universales y la transmisión oral los fue diversificando en muchísimas versiones (por ejemplo, a fines del siglo XIX Marion Cox llegó a recopilar 345 versiones de Cenicienta) sus temas de inspiración son muy limitados.
Hay tramas argumentales que se repiten de un país a otro y de una época a otra, sin contar todas las versiones de obras literarias de autores que, a lo largo de los siglos tomaron los mismos temas o algunos de sus personajes para crear nuevas obras mediante relaciones de intertextualidad.
Por otra parte, en muy pocos cuentos de hadas aparecen realmente las hadas. En la mayoría de ellos, como dice Tolkien, se cuentan “aventuras de los hombres en un Reino Peligroso de límites umbríos”. Esas aventuras reúnen elementos del mundo natural y de un mundo sobrenatural. Y esta combinación es la que ofrece a los seres humanos una visión consoladora y esperanzadora frente a los conflictos de la vida. Presentarla a los niños en el lenguaje mágico de la razón poética es un medio apto y que no presenta riesgos para su formación intelectual. Al respecto, Bettelheim ofrece este ejemplo: “los antiguos egipcios, al igual que las criaturas, veían el cielo y el firmamento como un símbolo materno (Nut) que se extendía sobre la tierra para protegerla, cubriéndola serenamente a ella y a los hombres.
Lejos de impedir que, posteriormente, el hombre desarrolle una explicación una explicación más racional del mundo, esta noción ofrece seguridad donde y cuando más se necesita: una seguridad que, llegado el momento, permite una visión verdaderamente racional del mundo. (...)los antiguos necesitaban sentirse protegidos y abrigados por una envolvente figura materna.
Despreciar una imagen protectora de este tipo, como simples proyecciones de una mente inmadura, es privar al niño de un aspecto de seguridad y confort duraderos que necesita.” Y agrega que, nociones de este tipo, pueden coartar el desarrollo de la mente si uno se aferra a ellas durante mucho tiempo, manteniendo dependencias infantiles de imágenes que otorgan seguridad. Pero también relaciona muchas formas de evasión de la realidad en la vida adulta con “experiencias formativas tempranas que impidieron el desarrollo de la convicción de que la vida puede dominarse de manera realista”.
Este, precisamente, es el gran núcleo de las literaturas anónimas y colectivas en las que los pueblos fueron plasmando su preocupación por la existencia humana: la trayectoria del hombre en el mundo, sus experiencias en la vida, su socialización, sus tribulaciones y su condición de individuo y miembro de una comunidad.
Estos temas aparecen con frecuencia en los cuentos de hadas bajo la forma del Paraíso perdido y recobrado, ya que comienzan con una desgracia inicial que llega a un desenlace feliz, por eso estos cuentos tienen una gran capacidad de alivio para quien los cuenta y los escucha. Su riqueza simbólica permite a cada persona desencadenar sus propias imágenes visuales, acordes a sus necesidades que, incluso, pueden ser variables para el mismo individuo en distintos momentos de su vida.
Por todas estas razones, y ante la dificultad de definir qué es un cuento de hadas, frente a otras formas literarias que se le aproximan, Bettelheim rescata una frase de Lewis Carroll, quien afirma que contarle a un niño uno de estos cuentos es hacerle “un pequeño regalo de amor.”

 


*Prof. Silvia A. García: Nació en Lomas de Zamora en 1960. Desde muy joven vive en San Carlos de Bariloche donde estudió el Profesorado en Enseñanza Primaria y luego el Profesorado en Letras en la Universidad Nacional del Comahue. Trabaja como docente y capacitadora de docentes y es escritora y cuentacuentos.
Colaboró con publicaciones en distintos medios literarios y en el año 2004 publicó su primer libro de cuentos para chicos: "Cuentos de Agua", a través del Grupo de Amigos del Libro Patagónico. En este momento tiene otros dos libros para chicos en preparación.

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