por Leonardo Boff
En tiempos de crisis como el nuestro buscamos fuentes de inspiración allí donde se encuentren Una de ellas es la ecología interior. Para evaluar su importancia debemos concienciarnos de que nuestra relación con la Tierra, por lo menos en los últimos siglos, está basada en falsas premisas éticas y espirituales: antropocentrismo, negación del valor intrínseco de cada ser, dominación de la Tierra, depredación de sus recursos. Tales premisas han producido el actual estado de enfermedad de la Tierra que repercute en la psique humana.
Así como existe una ecología exterior, existe también una ecología interior hecha de solidaridad, sentimiento de re-ligación con el todo, cuidado y amorización. Ambas ecologías están ligadas umbilicalmente. Es lo que se conoce como psicología ambiental o, en la expresión de E. Wilson, como biofilia. Su base no es sólo antropológica sino también cosmológica, pues el propio universo, según reconocidos astrofísicos, como Brian Swimme entre otros, tendría una profundidad espiritual. El universo no está solamente formado por el conjunto de objetos, sino por el tejido de relaciones entre ellos, haciéndolos sujetos que intercambian informaciones y se enriquecen.
A partir de la ecología interior, la Tierra, el Sol, la Luna, los árboles, las montañas y los animales no están solamente ahí fuera, viven en nosotros, como figuras y símbolos cargados de emoción. Las experiencias -buenas o traumáticas- que hayamos tenido con estas realidades dejaron marcas profundas en la psique. Esto explica la aversión hacia algunas o la afinidad que sentimos respecto a otras.
Tales símbolos configuran una verdadera ecología interior, cuyo código de descifrado constituyó una de las conquistas espirituales del siglo XX, con Freud, Jung, Adler, Lacan, Hillmann y otros. En lo más profundo de nosotros, según C.G. Jung, brilla el arquetipo de la Imago Dei, del Absoluto. Nadie trabajó mejor que Viktor Frankl esta dimensión que él llama inconsciente espiritual, y los modernos denominan mystical mind o punto Dios en el cerebro. En último término, ese inconsciente espiritual es expresión de la espiritualidad misma de la Tierra y del universo que irrumpe a través de nosotros, que somos la parte consciente del universo y de la Tierra.
Esa profundidad espiritual nos hace entender, por ejemplo, esta ejemplar actitud ecológica de los indios Sioux de Estados Unidos. En algunas fiestas rituales ellos se deleitan con cierto tipo de frijoles que crecen en el suelo profundo y son difíciles de recolectar. ¿Qué hacen los Sioux? Se aprovechan de las reservas que una especie de ratón propia de las praderas de la región acumula para consumir en el invierno. Sin esa reserva correrían peligro de morir de hambre. Al tomar sus frijoles, los Sioux tienen clara conciencia de que están rompiendo la solidaridad con el hermano ratón y que le están robando. Por eso hacen esta conmovedora oración: «Tu, ratoncito, que eres sagrado, ten misericordia de mí. Tú, sí, eres débil, pero suficientemente fuerte para hacer tu trabajo, pues fuerzas sagradas se comunican contigo. Tú eres también sabio, pues la sabiduría de las fuerzas sagradas siempre te acompaña. Que yo pueda también ser sabio en mi corazón para que esta vida sombría y confusa sea transformada en permanente luz». Y como señal de solidaridad, al sacar los frijoles dejan en su lugar pedacitos de tocino y maíz. Los Sioux se sienten unidos espiritualmente a los ratones y a toda la naturaleza.
Urge resucitar este espíritu de mutua pertenencia porque lo perdemos por el exceso de individualismo y de competición que subyacen bajo la crisis actual.
El sistema imperante saca de quicio el deseo de tener, a costa de otro deseo más fundamental, que es el de ser y el de elaborar nuestra propia singularidad. Esto exige capacidad de oponerse a los valores dominantes y de vivir ideales ligados a la vida, a su cuidado, a la amistad y al amor.
La ecología interior, también llamada ecología profunda (deep ecology), busca despertar el chamán que se esconde en cada uno de nosotros. Como todo chamán podemos entrar en diálogo con las energías que trabajan en la construcción del universo, desde hace 13.700 millones de años. Sin una revolución espiritual será difícil que salgamos de la actual crisis, que exige un nuevo contrato con la vida y con la Tierra. De lo contrario, seguiremos errantes y solitarios.
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