Cuando era adolescente, me gustaba la sensación de tener una hoja en blanco. De estar a punto de escribir y no tener la menor idea de lo que iba a ocurrir. De saborear el misterio, ese atisbo de lo que, descubriría después.
También me gustaba salir a descubrir el mundo, sin ayuda de los mayores, en cuanto puede lo hice sola.
Con el tiempo, me empecé a acostumbrar a esos lugares conocidos, y me dejaron de gustar las hojas en blanco, los caminos laterales, convirtiéndome en una más de las enemigas del misterio.
Llena de autoimportancia, me hice amiga de calculadoras, espacios plenos de certeza, prisionera de mis propias seguridades y descalificando cualquier tipo de contradicción que se pudiera apropiar de mi mundo ideal.
Resistiendo en definitiva, toda la riqueza que trae la sorpresa de enfrentar con entusiasmo esa hoja en blanco. Hoy invito a todos los que me lo permiten a olvidarse de todo lo que haya sido equivocado. Una sonrisa y un cambio de perspectiva puede ser lo más importante que le regalemos al mundo, este maravilloso mundo que tanto nos da y tan poco nos pide.
Con cada respiración profunda podemos abrir más el pecho, enderezar nuestra columna y llenar cada célula de aire nuevo. Al exhalar se va todo lo que ya no nos sirve.
Hoy nuevamente frente a la hoja en blanco, me permito disfrutar el vacío. No es necesario llenarla de palabras, o dibujos aunque puedo hacerlo si creo tener algo valioso que compartir. El silencio y el misterio pueden abrir un hermoso espacio para explorar, aprender, o simplemente: ser.
Besitos.
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