Volviendo a los medios, hace algunas semanas en un diario de tirada nacional se publicó una entrevista a mi amiga, la psicóloga Olga Carmona. En ella, Olga, se atrevía a denunciar el uso del cachete como método educativo. También lo hizo hace tiempo Ramón Soler en esta misma revista. Supondréis que, por supuesto, la mayoría de los lectores y los comentarios se adhirieron a la postura de estos excelentes y valientes profesionales. Sin embargo, sólo hace falta darse una vuelta por los comentarios de sus artículos, para ver cómo un enorme número de lectores se manifestó, de forma vehemente, a favor del cachete, del maltrato a los niños, de su sumisión y devoción a los adultos, incluso, por medio del dolor físico, la represión y la coacción.
Cuando leo estas defensas tan exaltadas que cientos de ciudadanos anónimos realizan del cachete, del maltrato a los niños, de la violencia contra pequeños indefensos, justificándola aludiendo a cualquier motivo peregrino, me viene automáticamente a la cabeza el primer caso que os he comentado al principio del artículo. Al igual que esos líderes religiosos que promueven, basándose en una interpretación sesgada de sus libros sagrados, la violencia, la sumisión, la coacción, estas personas que defienden el cachete, contra viento y marea, se basan en planteamientos erróneos cuyas raíces suelen estar en sus propias infancias en las que ellos mismos fueron adoctrinados a través del cachete, la violencia y la sumisión al más fuerte. Al parecer, acabaron convirtiéndose en niños buenos y obedientes, tan buenos, tan obedientes, que aún hoy en día, ya adultos, son incapaces de enfrentarse al horror que supone el violentar a cualquier persona, el someterla, a cualquier precio, para que obedezcan cualquier orden, incluso las más absurdas y/o arbitrarias
Ahora dejadme que os plantee unas cuantas preguntas:
¿Por qué nuestros hijos tienen que ser buenos? ¿Qué significa ser buenos? ¿Sumisos? ¿Devotos?
¿Por qué tienen que obedecernos ciegamente en todo?
¿Por qué nos incomoda que nuestros hijos manifiesten sus propias ideas y se opongan a lo que les ordenamos?
¿Por qué pensamos que para criar tenemos que ordenar, mandar, coaccionar, coartar?
¿Por qué nuestros hijos tienen que permanecer callados, quietos, silenciosos cuando nosotros decidimos que “nos molestan”?
¿Por qué ese sentimiento de “molestia”?
¿Por qué pensamos que lo que nosotros les ordenamos que hagan, pedimos o les decimos es siempre la opción más válida?
¿Nos creemos mejor que nuestros hijos, con más derechos, por haber cumplido más años?
¿Nos gustaría que una vez adultos, nuestros hijos obedecieran, a cualquier precio, a todas las personas que para ellos representen la autoridad?
¿Qué pensaríamos si de mayores nuestros hijos e hijas siguieran ciegamente las órdenes de líderes que les alentaran a ejercer violencia y a someterse a ella?
Por mi parte, lo tengo claro: No pegamos, no usamos ni premios, ni castigos. Dialogamos, empatizamos, intentamos ser comprensivos, respetar sus ritmos, cuidamos de que nuestra hija no se haga daño, fomentamos el respeto hacia todos, también el de ella hacia nosotros. Por supuesto, no somos perfectos, los tres cometemos errores, tenemos malos momentos, incluso semanas complicadas, pero el Amor, el cariño y el Respeto entre los tres nos ayuda a superar los obstáculos, también los peores.
¿Por qué hemos rechazado una crianza tradicional basada en la obediencia ciega, la sumisión y “la bondad” impuesta bajo coacción y violencias varias?
Porque:
No queremos que nuestra hija sea obediente.
No queremos que nuestra hija sea sumisa.
No queremos que nuestra hija sea buena.
Deseamos que nuestra hija sepa pensar, sepa comunicar sus deseos, sus sentimientos, sus necesidades, sepa decidir por ella misma.
Deseamos que nuestra hija sea una niña y una adulta que se sienta libre de manifestar su disconformidad, aunque esto implique que no siempre estemos de acuerdo ella y nosotros, también implica, que se siente segura de sí misma y digna de Ser Respetada y de Respetar.
Deseamos que nuestra hija sea ella misma.
Deseamos que nuestra hija sepa rebelarse y protestar ante las injusticias, las desigualdades, los abusos de poder, las manipulaciones varias.
Deseamos que nuestra hija siga su propio camino, vaya a la búsqueda de sus sueños, no de los nuestros.
Deseamos que nuestra hija sea una adulta equilibrada y Libre.
Texto: Elena Mayorga